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Columna de CIPER Chile: Académicos Ricardo Barra y Jorge Rojas abordan producción científica en tiempos de pandemia

En el contexto de crisis sanitaria que ha modificado gran parte de nuestras rutinas, la producción científica es otra de las áreas que ha debido adaptarse a las nuevas realidades. Es así como no solamente en las limitantes que esta nueva realidad presenta para la investigación, sino que también en sus temáticas y objetivos, que la ciencia ha debido adaptarse.

La profundización de esta problemática es la que desarrollaron los académicos Ricardo Barra y Jorge Rojas, en la siguiente columna publicada esta semana en el portal nacional, CIPER Chile. Ambos son docentes del Magíster en Ciencias Regionales UdeC.

Una nueva ciencia para enfrentar las crisis: interdisciplinaria y más vinculada con la política

El pensamiento científico, surgido en la época moderna, se desarrolló y fortaleció especialmente con el movimiento intelectual europeo de la Ilustración y ha contribuido significativamente al esclarecimiento de múltiples problemas de la vida moderna, lo cual se ha expresado en progreso y calidad de vida. Sin embargo, la ciencia no está exenta de cometer errores. Ello ha ocurrido cuando se orienta demasiado por paradigmas positivistas y cuando los conocimientos –situados en la academia-, son instrumentalizados por proyectos que no consideran los derechos humanos ni las leyes de la naturaleza, como sucede en la Era Antropoceno, en la que nos encontramos actualmente y debatimos en multicrisis locales y globales (Rojas, Jorge, 2013), a las que se agrega la pandemia.

El problema no es la ciencia en sí, en tanto creación de conocimiento. Tampoco se trata de los/as investigadores/as o académicos/as que generan conocimientos o producen tecnologías innovativas. La dificultad reside en las políticas científicas públicas o privadas; en la forma cómo se fomenta y utiliza el conocimiento científico. El problema reside también en el manejo, volumen, orientación y priorización de los fondos dedicados a la investigación. Depende también de los criterios e indicadores que se definen para medir y evaluar la productividad científica y la trayectoria académica. Por ejemplo, el modelo neoliberal, fomenta y prioriza la creación individual y el establecimiento de indicadores indexados de productividad en el mercado del conocimiento: se coloca a la ciencia en una determinada esfera de la división del trabajo; se le resta de la necesaria aplicabilidad y se le encierra en las alturas inalcanzables de la abstracción y la falsa neutralidad. Esta concepción se corresponde con un modelo ideológico, una forma de evitar su papel comprensivo de la realidad. Se le priva conscientemente de sus capacidades esclarecedoras y emancipadoras, intrínsecas a la racionalidad científica. En suma, a los investigadores se les exige producir bienes empaquetados en conocimientos indexados, al margen de su sentido social y crítico.

A los investigadores se les exige producir bienes empaquetados en conocimientos indexados, al margen de su sentido social y crítico.

En los últimos 30 años, esta práctica se ha instalado en forma intensiva en el sistema universitario chileno y también a nivel global. Nos referimos a la producción científica medida a través de dos indicadores fundamentales: el número de publicaciones indexadas (Web of Science y Scopus, ambas de empresas privadas) y el número de citas a dichas publicaciones. Ambos constituyen la medida del impacto de la actividad científica, y esto se traduce en un índice personal de calificación de calidad, el índice de Hirsch (H), que refleja el número de veces que un artículo dentro de la producción científica individual es citado. Obviamente, mientras más elevado es este índice, se asume que la calidad de la producción científica es mejor. Sin embargo, este enfoque está crecientemente recibiendo críticas y es revisado a nivel internacional (ver DORA https://sfdora.org o el manifiesto de Leiden, Hicks et al, 2015).

En esta columna abordaremos el impacto de esta forma de medir el trabajo académico, pues ha circunscrito la labor de los investigadores a una lógica de competencia y resultados individuales; una lógica privatizadora del conocimiento, no obstante su inminente carácter público. El conocimiento, por lo general, es una construcción social. Por lo mismo, creemos que es necesario comenzar a valorar el trabajo colaborativo, interdisciplinario y la vinculación con el medio, poniéndolo a la par de la producción científica indexada. Es decir, además de publicar en forma indexada, es necesario promover otras formas de evaluar el desempeño académico y valorar el trabajo que se hace desde las ciencias sociales, artísticas y las humanidades.

EL NEO-EXTRACTIVISMO CIENTÍFICO O EXTERNALIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO

Hoy las exigencias para ser profesor titular en las universidades chilenas son más elevadas que hace 30 años, pero básicamente los criterios siguen siendo los mismos: excelencia en el quehacer académico, reconocimiento de los pares y producción científica medida a través de los parámetros indicados, que son cada vez más exigentes, externalizados y alienantes. Si antes, por ejemplo, publicar un par de artículos al año era considerado sobresaliente, hoy un científico activo debería publicar al menos cinco artículos anualmente, ojalá en las revistas de la disciplina de mayor impacto posible, para ser considerado competitivo en las instituciones de financiamiento de la actividad científica. Esto, porque si hay un rasgo distintivo en la producción de papers es que ello está muy vinculado al financiamiento de la actividad de investigación, que por cierto es muy competitiva, en particular en los fondos que permiten las postulaciones individuales, por ejemplo, Fondecyt.

Sin duda, la comunicación del avance del conocimiento científico se da a través de la publicación de papers en revistas especializadas. Pero también existen otros mecanismos. Por ejemplo, la producción de libros, artículos de divulgación, obras artísticas. Estos últimos, por el hecho de ser evaluados en forma diferente, no entran en el sistema mencionado y son, en la práctica, desvalorados. Así, por ejemplo, la Comisión Nacional de Acreditación (CNA), mide la producción científica académica mediante indicadores de indexación. Estos parámetros pesan decididamente en la trayectoria formal y progreso de la carrera académica (para avanzar desde ser un instructor hasta un profesor titular), lo que también constituye una desnaturalización e intervención externa de la carrera y, por ende, de la autonomía universitaria.

Pero la pregunta que nos planteamos en esta columna es: ¿a dónde va el conocimiento generado en las universidades y por los investigadores e investigadoras, en su mayoría financiado por el Estado? La respuesta es: fundamentalmente, va a revistas indexadas de grandes editoriales, a las que los científicos chilenos cedemos los derechos. Estas editoriales cobran por el acceso a nuestra producción científica, después de un riguroso proceso de revisión por pares internacionales, que evalúan el mérito de los artículos. La otra alternativa que ha emergido son las publicaciones de acceso abierto, donde él o los autores pagan un costo por publicar cuando el manuscrito es aceptado. Es decir, se ha constituido una verdadera industria en torno a los papers, que opera con lógica de mercado, pues hay que pagar por tener acceso. Existen sin embargo indexaciones con un sentido más académico y público. Por ejemplo, las revistas Scielo y Latindex, que agrupan revistas científicas en la región de América Latina.

El proceso anterior se puede definir como un neoextractivismo científico: se exportan o externalizan conocimientos, de la misma manera como se hace con las materias primas de los países en vías de desarrollo (Martínez Alier,2015, Acosta, 2011, Gudynas,2016 Svampa,2011). En este caso, sin embargo, se trata de bienes elaborados. Al investigador se le coloca en una función específica de la división del trabajo y mientras más bienes científicos de calidad exporta (medido por el nivel de impacto de las revistas en las que publica), mayor será su productividad, prestigio y trayectoria académica y, por lo tanto, mejores sus posibilidades de ganar nuevos proyectos. En suma, el investigador acumula méritos en el mercado académico. Ello constituye una forma moderna de enajenación privada del trabajo científico. Esta tendencia, sin embargo, saca a la producción científica de la esfera del servicio público, como fue antes y como se mantiene en países desarrollados donde, a través de la investigación, los científicos agregan valor a lo que producen, a sus instituciones y a la sociedad.

Los científicos también tenemos que escuchar a la política y sus demandas, y desarrollar una interacción más efectiva entre la ciencia y la política.

Ahora bien, un artículo indexado en el área de las ciencias ambientales, publicado desde Chile, es citado en promedio 18 veces (Journal of Citation Reports Clarivariate, 2020). ¿Debiese entonces nuestro esfuerzo estar centrado en publicar papers que no se leen en forma masiva? De hecho, estas publicaciones indexadas, en muchos casos están fuera del alcance de las localidades en las que los propios investigadores las producen. O bien, no existe acceso público cuando se trata de información reservada o simplemente privada.

Chile ha cuadriplicado el número de publicaciones científicas indexadas en las últimas décadas, pero ello no necesariamente ha significado que nuestra ciencia merezca el respeto de la comunidad nacional. En efecto, en la actualidad Chile invierte aproximadamente el 0,36% de su Producto Interno Bruto (PIB) en investigación y desarrollo (I+D) (OECD, 2020). Existe consenso de que esta cifra es muy baja, dado que se encuentra muy lejos del promedio de la OECD (2,34%) e incluso, muy por debajo de lo que invierte Latinoamérica (0,7%). Además, es de reciente data que los científicos son convocados a comisiones nacionales (con una elevada participación de investigadores de la Región Metropolitana) junto con la reciente creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación y la nueva Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID).

Para la política pública, sin embargo, sería importante que los resultados de la investigación científica tengan también aplicaciones para mejorar el bienestar y la calidad de vida de las personas, la protección del medio ambiente y el desarrollo sustentable. En este ámbito, como comunidad científica, estamos al debe y debemos progresar más audazmente en perseguir objetivos de desarrollo sustentable cuando se hace investigación orientada por misión. Esto no significa que la ciencia basada en la curiosidad deba ser dejada de lado, pero los incentivos deben estar puestos en diferentes formas de evaluar el desempeño y de hacer ciencia y desarrollar tecnologías. Los científicos también tenemos que escuchar a la política y sus demandas, y desarrollar una interacción más efectiva entre la ciencia y la política (Barra, 2020).

Por cierto, no todos los investigadores/as están de acuerdo con este sistema neoextractivista de productividad científica y de medición de la trayectoria académica. De hecho, muchos lo rechazan o no lo aceptan, aunque estén obligados a someterse a sus reglas tecno-burocráticas. Por lo mismo, muchos combinan experiencias: publican en revistas indexadas y al mismo tiempo aplican conocimientos; o se unen a iniciativas de ciencia ciudadana. En algunos casos, incluso, las convocatorias y evaluaciones internacionales, como es el caso del Centro Fondap de Recursos Hídricos para la Agricultura y Minería, Crhiam -donde somos investigadores- se exige ciencia aplicada y socialización del conocimiento, en diversas formas, no solo artículos indexados. También ocurre con otros centros, como el Centro Eula y proyectos de investigación en diversas universidades chilenas.

PRODUCIR CONOCIMIENTOS AL SERVICIO DEL DESARROLLO DE LA COMUNIDAD

En el contexto actual de debate sobre alternativas de desarrollo aptas para salir de la crisis, no solo es posible un acercamiento y colaboración entre quienes están vocacionalmente dedicados a producir conocimiento y nuevas tecnologías y los saberes y prácticas tradicionales de las comunidades, sino que es muy deseable. En realidad, es imprescindible. Así, por ejemplo, respecto del recurso hídrico, existen muchas experiencias, saberes y tradiciones locales de buena gestión; existe también mucha investigación y nuevos conocimientos para hacer más eficiente el uso del agua en la agricultura, la minería, industria y en las ciudades, así como en la recolección de aguas lluvia, reinfiltración y reutilización de aguas usadas. Al respecto, un ejemplo lo representa la “cosecha de agua”. Este proceso consiste en captar agua desde la neblina o Camanchaca, producida en las zonas costeras y ha permitido abastecer a la población, mantener animales y regar cultivos, tanto en la zona norte (Atacama) como en el sur del país.

Para unir experiencias endógenas locales y conocimiento, se requiere que el investigador se baje un poco de su “pedestal” y acepte la existencia de espacios de cooperación entre sus teorías y las prácticas sociales tradicionales que también están hechas de conocimiento y saberes comunes. Ambos ámbitos del saber, el ínter-saber, implícito en el concepto Ecología de saberes, expresado como interconocimiento por Boaventura de Sousa Santos (Santos, 2010: 43-51), contribuirán a comprender mejor los tiempos que vivimos, lo que puede redundar en la construcción de una mejor sociedad: pos-antropoceno, pos-crecimiento y pospandemia, con mejor calidad de vida y protección de los ecosistemas.

Chile, un país emergente, cuenta con enormes capacidades y potencialidades para avanzar hacia su propio desarrollo sustentable, impulsando la creación –o recreación- de un Estado social inclusivo que cubra las necesidades básicas de todos y todas los chilenos y chilenas, confiando en sus ciudadanos y renovando sus instituciones públicas, como es de esperar que ocurra con la consulta plebiscitaria y el nuevo orden constitucional que emane de la soberanía popular ciudadana.